Antonio Ariño: » Tras la caída del muro de Berlín el miedo cambió de bando y la hiperincertidumbre se ha generalizado»

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Durante mucho tiempo la Nau de la Universitat ha sido un solitario oasis de cultura en una Valencia convertida por el PP en un desierto. Desde su cargo como vicerrector de Cutura,  Antonio Ariño está al timón de esta “nave”. Un trabajo absorbente que este catedrático de Sociología compagina con la investigación y el afán por tratar de explicar los graves problemas de nuestra sociedad contemporánea.

¿Ha pesado este papel de resistencia cultural de la Nau durante estos años?

Sí, pero sin salirnos de lo que es nuestra misión. Aunque es cierto que muchos colectivos encontraron en la Nau un lugar donde podían hacer actividades que en otros sitios no tenían acogida, nunca nos hemos planteado suplir a nadie. Al llegar al vicerrectorado ya dije que no éramos ni la Conselleria de Cultura, ni la Concejalía de Cultura. Nosotros somos la tercera función de la universidad. La universidad tiene que ser docente e investigadora, pero también tiene que transmitir la cultura a la sociedad.

¿La clave fue mantener el diálogo entre la universidad y la sociedad?

Este diálogo es muy vivo. La prueba es la cantidad de colectivos que encuentran en la Nau un espacio de acogida. Yo tengo más contacto con ciudadanos y representantes de entidades, que con colegas universitarios. Siempre estamos planificando proyectos híbridos de interacción  entre la universidad y la sociedad. Eso se vive de una manera muy especial tanto en la Nau como en el Colegio Mayor Rector Peset.

Vivimos tiempos de incertidumbre. Pero, como mostráis Joan Romero y tú en La secesión de los ricos, esa incertidumbre no es neutral.

Ya se habla hiperincertidumbre y la universidad tiene la obligación de analizar esa realidad para que la sociedad la pueda entender. Ese es el objetivo de La secesión de los Ricos, mostrar que un fenómeno clave es el proceso por el cual los ricos piensan que no tienen responsabilidades sociales. Mientras ellos asumen una pertenencia global y una vida cosmopolita, la vulnerabilidad y la exclusión son locales, porque la gente padece la ausencia de trabajo en sus pueblos, en sus barrios. Esta secesión es nefasta para la sociedad y para la democracia.

Da la sensación que los ricos se sienten hoy como aquellos exploradores del XIX que ocupaban territorios que consideraban vírgenes.

Es una buena metáfora. A su juicio es gracias a su propio esfuerzo como colonizan determinados bienes, espacios, escalas de negocio. Eso genera el mito del mérito personal. Para ellos no hay nada social, todo es personal y, por tanto, pueden hacer lo que quieran con aquello que han obtenido.

Y quienes no logran el éxito es porque son unos fracasados.

Es un proceso de individualización de los éxitos y de los fracasos. El problema de que haya un 25% de fracaso escolar no es del sistema que produce ese porcentaje sistemáticamente, son los individuos que fracasan. Y aquellos que triunfan lo hacen por su propio mérito. No hay nada en la estructura social que permita o favorezca el fracaso de unos y el éxito de otros. Esa individualización es un fenómeno perverso porque somos seres sociales y estamos condicionados socialmente. Aquellos que fracasan vienen en gran medida de familias que ya habían fracasado. Por tanto estamos ante un proceso de reproducción y un sistema que no sabe encontrar la vía para que ellos triunfen.

En el libro dibujáis un monstruo tan grande que parece confirmar la idea thacheriana de que no hay alternativa.

Etienne de la Boetie  decía que si hay reyes es porque hay personas dispuestas a ser súbditos. Mientras aceptemos que la lógica del sistema funciona y que yo soy el culpable de lo que tengo, ciertamente no hay alternativa. Pero no debemos transmitir el mensaje de impotencia absoluta dejando que el miedo se imponga. El miedo ha cambiado de bando. Tras la II Guerra Mundial las grandes fortunas veían que si no había un pacto por una sociedad relativamente democrática e igualitaria, había grandes peligros en el horizonte: la expansión del comunismo, el poder de los sindicatos. Tras la caída del muro de Berlín el miedo cambió de bando y la hiperincertidumbre se ha generalizado. Han logrado instalar el miedo en la sociedad. Y ese miedo y esa incertidumbre son paralizantes.

A ello se añaden fenómenos que se presentan como inexplicables, como el terrorismo que se proyecta como el Mal absoluto, sin causas objetivas sobre las que poder actuar.

Si no podemos explicar nada caemos en la resignación o en la tentación de fijar las esperanzas en cualquier iluminado.  El miedo es paralizante pero también puede movilizar energías ciegas en direcciones como las que estamos viendo. Con frecuencia me pregunto dónde está el espíritu internacionalista. Y eso duele, porque sin la solidaridad internacional, sin la capacidad de transcender fronteras y muros, es muy difícil generar una sociedad dialogante, tolerante y pacífica.

Otro campo de tus investigaciones ha sido la fiesta, ¿sigue manteniendo la fiesta su carga de subversión?

Sí, pero la subversión de la fiesta es una trampa porque es una subversión con término preescrito. La fiesta es una interrupción del tiempo cotidiano para darle aliento al funcionamiento de la estructura social. Un fraile del siglo XIII dijo que la sociedad es como un tonel que reventaría si no le abriéramos una espita. Esa espita es el carnaval. El cambio social es otra cosa. Puede ser una revolución silenciosa o basada en movimientos sociales. O en ocasiones puede ser una revolución violenta. Pero no se vuelve al punto de partida. Si se vuelve al punto de partida estamos ante una interrupción, pero no ante un cambio social real. Y ahora necesitamos cambios reales.

¿Eso explica el papel identitario de fiestas como las fallas?

La fiesta es una construcción identitaria. Allí donde hay un sujeto, éste trata de encontrar una forma de celebrar y de afirmar las jerarquías y los valores del grupo. En ocasiones es una afirmación directa de los valores y jerarquías existentes y en ocasiones es una afirmación indirecta, vía esa transgresión limitada que reafirma el orden mediante esa liberación.

¿El papel ritual de la fiesta no está devaluado en la sociedad actual caracterizada por su proyección lúdica?

Aun así se necesitan eventos. Puede llegar la Navidad que al mismo tiempo que nos irrita, soñamos con ella. Nos irrita porque afirma una serie de valores que en la vida cotidiana son muy frágiles. Y nos apasiona porque ansiamos que esos valores se mantengan. Luego está la dimensión de la fiesta como práctica de consumo, si no cotidiano, muy sistematizada con los fines de semana.

Investigación, gestión cultural… ¿No temes caer en la hiperactividad?

Tengo que frenar. Esa hiperactividad puede que en algún momento sea patológica. Pero tampoco sé si puedo ser de otra manera. Creo que hace falta mucha energía en la sociedad contemporánea y muchas personas que estén dispuestas a trabajar para generar conciencia, generar sensibilidad y para mejorar este mundo. Ante esta era de la secesiones, o luchamos por la solidaridad o nos planteamos cuál es el sentido de nuestra existencia. Para mí la solidaridad es fundamental. Y además creo que forma parte de los propios estatutos de la universidad. La solidaridad con los grupos sociales y los pueblos más desfavorecidos es una obligación de la universidad.

(Entrevista publicada en Cartelera Turia, enero 2017)

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