Luis Landero: «Parecía que en España siempre era domingo. Y ahora nos ha llegado el puto lunes»

landero

Tras enfrentarse en su anterior libro al pasado de su propia infancia y adolescencia, Luis Landero regresa a las librerías con una nueva obra de ficción, La vida negociable, una historia casi en clave picaresca sobre la vida de un peluquero sin vocación marcado por los secretos y los sueños más extravagantes.

En tu anterior libro, una autobiografía, te mostrabas cansado de la ficción. ¿Has superado con esta novela aquel cansancio?

Fue un cansancio puntual. Estaba cansado de la novela y tenía ganas de escribir otra cosa, un ensayo quizás. Acabé escribiendo El Balcón en invierno. Pero sabía que regresaría a la novela.

Pero esta novela también es una autobiografía, aunque esta vez sea la de un personaje de ficción.

Dudé entre escribir esta novela en primera persona o en tercera. Al final pensé que siendo un peluquero, y siendo tan charlatanes los peluqueros, por qué no darle voz y que contara él la historia.

¿Ese interés por lo autobiográfico refleja que vivimos en un tiempo de introspección?

Es posible. Ahora está muy de moda en la novela lo autobiográfico. No me atrevería a decir que seamos más introspectivos que nuestros antepasados, pero sí que hay una especie de embelesamiento en el yo.

Tu personaje hace el camino inverso al tuyo, él va de la ciudad al campo. ¿Hay algo de melancolía en ese viaje?

Esa melancolía la comparte mucha gente. Vivimos en una sociedad de la prisa y, a menudo, tenemos un poco de recuerdo del paraíso perdido, de la naturaleza, de la soledad. No hace falta haber vivido en el campo para tener esta nostalgia. A todos de vez en cuando nos gustaría huir del mundanal ruido para seguir la escondida senda, que decía Fray Luis.

Hugo, el protagonista, tiene una irresistible inclinación a montarse películas sobre su vida, ¿es un eco de aquel Gregorio de Juegos de la edad tardía?

Todos mis personajes tienen un aire de familia. Todos comparten algo fundamental que es el afán, el desear en vano. Pero el hombre un poco es así. Quitando a los sabios y a los felices, los demás somos soñadores impenitentes que proyectamos nuestra felicidad en el futuro. Somos como arcos en tensión con la flecha siempre lista para partir.

Esa actitud le lleva de la euforia al patetismo…

De la cursilería al patetismo más bien. El humor sirve para navegar por esas aguas procelosas. Si te pones sentimental, para evitar la cursilería. Y si te pones trágico, para evitar el patetismo. La cursilería y el patetismo son los enemigos de la escritura. El humor permite graduar la narración.

También destaca por su capacidad para autojustificarse, aunque cambie de postura a cada momento.

Es muy humano también; aunque uno se puede justificar hasta cierto punto. Ese es el gran tema de Woody Allen. Cuando la amante amenaza con destruir el idilio familiar del señor casado, éste la mata. Al principio la culpa duele mucho, pero luego va doliendo menos. Todos soportamos culpas porque todos cometemos errores o pequeñas fechorías. Pero luego hay que negociar con la culpa. Algunos tienen una habilidad enorme para ello y se absuelven inmediatamente. Otros, como Edipo o Raskólnikov, son héroes morales que no se absuelven, necesitan el castigo.

Tu padre, a quien sientes haber defraudado, es clave en tu vida. Sueles contar un sueño recurrente donde descubres que no ha muerto. ¿Lo has hecho realidad en la novela?

Lo he pensado. Tal vez sea el cumplimiento ficticio de ese sueño que tengo a menudo donde mi padre vuelve, no ha muerto. Son sueños muy felices. Y probablemente aquí me permito ese milagro que en la realidad es imposible.

Otro elemento clave en la novela son los secretos.

Desde niños jugamos al «tengo un secreto, pero no te lo voy a decir». Y luego de mayores. El rey tiene secretos acerca de una amante. “Mira que tiro de la manta” dicen Bárcenas o Roldán, aunque luego nadie tira de la manta. Todos tenemos nuestros secretos, porque además así tiene que ser. Vivimos rodeados de secretos y amenazados un poco por los secretos.

Pero a veces lo ignorado nos permite también aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

Eso nos pasa con las cosas que nos molestan. Por ejemplo, con los refugiados y los inmigrantes. Decimos: «pobres, deberíamos acogerlos”. Pero lo hacemos con la boca chica. Ahora parece que con Trump y su muro nos lavamos las manos, cuando aquí también tenemos nuestros muros.

No es la primera vez que te atraen las peluquerías, ¿son la última ágora democrática?

En el franquismo, de haber cierta democracia estaba en las peluquerías. Allí se hablaba con cierta libertad, aunque con mucho cuidado. Lo que se hablaba en la peluquería allí quedaba. Y el peluquero era un maestro de ceremonias con autoridad moral sobre todos. A mí siempre me han llamado la atención. Cuando te sientas en el sillón del peluquero a veces haces confesiones, de hecho se parece al sillón del psicoanalista. No en vano le ofreces el gaznate a su navaja y ese acto de confianza es extensible a las palabras.

Algo de eso pasa también con los taxistas, ¿no?

El taxista, el viajante de comercio. Son los charlatanes de toda la vida, profesionales que además pueden hablar y trabajar al mismo tiempo.  Y además saben de todo. Son un poco enciclopédicos e ideólogos populares.

Es tentador proyectar la vida de Hugo en la realidad del país. ¿Nos habíamos montado muchas películas y ahora la crisis nos descubre que solo somos peluqueros sin vocación?

Probablemente. En la transición nos hicimos muchos castillos en el aire, nos gustamos por primera vez. Más que nada porque les gustábamos a los europeos. Decían: “mirad estos españoles, por esta vez no han hecho una guerra civil y resulta que hacen buen cine, buena literatura, moda”. Entonces nos miramos al espejo y dijimos: coño, pues sí que somos guapos. Parecía que en España era siempre domingo y en Europa era lunes. Vivimos un domingo larguísimo durante la transición. Y, claro, ahora estamos en el puto lunes. Se acabó el idilio con nosotros mismos.

Ahora todo el mundo es creativo, ¿tanta creatividad no está matando la literatura?

Es la creatividad sin esfuerzo. Ahora todo parece muy fácil de conseguir. La idea del esfuerzo se ha desprestigiado. Todo debe ser inmediato y sin demasiado trabajo. Vivimos llenos de prisas, cuando la prisa está reñida con el conocimiento. La prisa es la madre de la necedad.

La novela plantea que todo en la vida es negociable, ¿ha negociado mucho Landero con la vida?

Pequeños negocios todos. Ni he negociado con el partido, ni tengo crímenes que confesar. Mis culpas y mis cosas… Lo de mi padre es quizás lo que más he negociado. Y lo sigo negociando todavía, porque esas son culpas que no prescriben.

¿Qué es más fácil negociar con la vida o con Hacienda? ¿Cómo quedó la controversia que impedía a los creadores que cobraban una pensión seguir trabajando?

Casi prefiero negociar con la vida. Pero, bueno, aquello va camino de solucionarse. ¡Imagínate que José Luis Cuerda no pueda hacer una película porque tiene una pensión! ¿Qué pasa, que a los 65 años tienes que dejar la pluma, el pincel o la cámara? Es absurdo.

Crea un blog o un sitio web gratuitos con WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: