Sami Naïr: «La globalización es la época de las identidades»

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Al menos 3.800 personas han muerto en el Mediterráneo en lo que va de año. Huían de guerras como la de Siria, de un desastre ecológico que cada año expulsa a millares de campesinos africanos, o de un presente sin esperanzas. Junto a ellos, naufragan también la Convención de Ginebra, el derecho internacional y los valores que en un tiempo dieron sentido a Europa. De ello hablamos con el sociólogo Sami Naïr que presentó en Valencia su último libro: Refugiados. Frente a la catástrofe humanitaria una solución real.

La inmigración no es un fenómeno nuevo. ¿Qué la ha convertido en un problema internacional?

La inmigración se desarrolló en Europa de forma masiva desde la II Guerra Mundial. Fue la herramienta para desarrollar Francia, Alemania. Nunca se planteó como problema porque se necesitaba mano de obra y prevalecía el Welfare State, un Estado con visión estratégica, que orientaba el desarrollo y controlaba la competitividad del mercado. Esto cambio con la revolución tecnológica, pero sobre todo con la revolución neoliberal. Fue el inicio de una globalización, la destrucción del estado como actor estratégico y la financiarización de la economía. Desde finales de los 70 se desarrolló un capitalismo financiero, asentado sobre la revolución thatcheriana. La globalización trajo deslocalizaciones y la gran producción dejó los países con mano de obra cara para ir a países baratos, vaciando la capacidad productiva de las sociedades desarrolladas.

Y aparece la inmigración como problema.

A partir de ahí se planteó el tema de las migraciones. Primero a los inmigrantes legalmente asentados se les pidió una adaptación cultural más rigurosa, desarrollando Francia y otros países, políticas de persecución. Además, a partir de 1986, el Acta Única prohíbe la entrada a los no comunitarios. Se inició un cierre de las fronteras que culminó en Schengen. Es curioso que solo tres meses después de la caída del muro de Berlín, se levante el muro de Schengen.

Pero esos muros no han parado el fenómeno.

Desde 1992 hay un incremento de la emigración desde los países pobres: subsaharianos, magrebíes, asiáticos. El rechazo europeo provoca una gran demanda migratoria no satisfecha. ¿Quién la satisface? Las mafias que trasladan inmigrantes de forma ilegal. Vivimos un contexto global y Europa se proyecta como el espacio más desarrollado del mundo a solo 14 kilómetros de África. Las desigualdades explican la migración. A ello se suma el crecimiento demográfico. Hoy  África tiene 1.000 millones de habitantes, pero en 20 años serán 2.000 millones.

¿Esa realidad ha hecho saltar por los aires Schengen?

Es incontenible. Además hay otro factor: el desastre ecológico. Más de 12 millones de personas están en situación de circulación ilegal dentro del continente africano huyendo de los desastres ecológicos: los campesinos no pueden trabajar por las sequías, la sequía provoca hambrunas, la hambruna trae la huida. Es un ciclo infernal. Y la UE, teniendo a sus puertas ese mundo desesperado, no ha encontrado mejor medio que los muros.

Esas políticas se justifican por la lucha de la trata humana y el problema del paro.

Europa no lucha contra de la trata. Es solo un argumento retórico. Y muy perverso porque relaciona inmigración con criminalidad. Esa relación no es cierta porque si el inmigrante puede  evitar a la mafia, la evita. Tampoco es cierto que la inmigración provoque el paro. Es el sistema vigente, el tratado de Maastricht y criterios como el tope del 3% de déficit público, los que crean más de 23 millones de parados. Son criterios destructores porque si un estado no puede superar ese 3% tiene que recortar funcionarios, hospitales,  educación. Pero es que, además, los datos de los ministerios de asuntos sociales evidencian que los inmigrantes no roban trabajo sino que son una aportación neta para las empresas y para la Seguridad Social que financia las jubilaciones de una población envejecida. Sin embargo  los partidos, sobre todo los de extrema derecha, manipulan con cifras falsas. Y con algo más peligroso, diciendo: son diferentes; tienen coches, yo no; sus hijos tienen éxito universitario, los míos no. Es lo peor del ser humano, la política del odio.

¿Hasta qué punto las políticas europeas están legitimando a la extrema derecha?

No solo por la UE, está legitimada también por la derecha. Porque ¿qué hace la derecha? Decir: «no estamos de acuerdo con la extrema derecha porque no queremos que  llegue al poder, pero estamos de acuerdo en decir que hay demasiado extranjero».

El discurso es simplista, pero cala.

Si se toma como ejemplo la extrema derecha alemana,  ellos nacieron en 2012 pidiendo la expulsión de España, Italia, Grecia y Portugal de la UE. No hablaban de inmigrantes. Decían que la crisis del euro era culpa de estos países  y había que expulsarlos. Yo leí artículos de la prensa alemana asegurando que un alemán paga cada año 4.000 euros a los españoles. Son argumentos falsos, pero muy fáciles. A partir de 2014, cuando aparecieron los refugiados, pensaron: gente que quiere entrar, que son extranjeros, musulmanes, que hay mujeres  con velo; es perfecto.

¿Qué papel juegan las identidades en este conflicto?

La globalización es la época de las identidades porque desestructura, descompone las sociedades y hace estallar las identidades sociales. Al hacer estallar las identidades sociales, lo que le queda a la gente son las identidades arcaicas: étnicas, lingüísticas, religiosas. La genta se repliega en esas identidades y hace de ellas un elemento de conflicto con el resto.

El cierre de fronteras se complementa con las devoluciones. Ahí está el acuerdo con Turquía, o los planes para devolver 80.000 refugiados a Afganistán.

Están devolviendo gente para morir allí. Es la solución genociaria que consiste en devolver gente que, supuestamente, no son refugiados sino inmigrantes y, por tanto, no temen nada en su país. Han transformado a los refugiados en inmigrantes ilegales. Eso es el pacto con Turquía. Quitan la palabra refugiado y la reemplazan por inmigrante.

¿Hay alternativas para el drama de los refugiados?

A los refugiados  que ya están en Europa – sirios, iraquíes, afganos y eritreos- hay que darles un pasaporte de tránsito que les permita circular libremente y buscar por sí mismos una solución a sus problemas. Incluso dejar Europa, en América Latina hay muchos países con los brazos abiertos. Para los que están en los campos de refugiados de Turquía, Líbano y Jordania hay que aumentar la ayuda internacional. Y creo que la UE debería aportar mucho más para crear condiciones de vida dignas para ellos.

¿Y para el resto de inmigrantes?

Nigerianos, senegaleses,  malienses son inmigrantes clásicos. Habría que impulsar políticas de desarrollo en sus países, financiadas por la UE. Además hay que aumentar el número de visados, flexibilizar las entradas y salidas, permitir a los estudiantes venir, formarse y volver a su país. Pero eso es imposible con la política actual. Y hay que impulsar políticas públicas para solucionar el problema del paro en Europa. Necesitamos invertir en educación, en investigación, en grandes proyectos colectivos. Necesitamos que el objetivo del Banco Central sea el empleo y no sólo la estabilidad.

(Entrevista publicada en Cartelera Turia, enero de 2017)

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