Ser testigos de la primera fracción de segundo que siguió al origen del Universo. Ese es el sueño que los científicos del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, enterrados bajo la frontera alpina entre Francia y Suiza, pretenden hacer realidad con el Gran Colisionador de Hadrones. Veinte años de trabajo y miles de millones de dólares permitirán documentar la evolución de dos haces de protones disparados en sentido opuesto, rozando la velocidad de la luz en su viajar hasta que alguna de sus colisiones permita vislumbrar ese extraño fenómeno por el que, según Albert Einstein, la energía se transmuta en materia.
Un deseo que, por desgracia, un fallo técnico se ha encargado de retrasar unas semanas. Por suerte, como compensación por la espera de ese microinstante milagroso, el mundo entero ha podido contemplar atónito otro Big Bang, aunque en este caso la colisión de partículas no se producía entre asépticas paredes de laboratorio y batas blancas, sino en el carcomido parqué de Wall Street. La incógnita ahora es saber adónde nos conducirá esta creativa explosión que, por el momento, ha producido pérdidas económicas equivalentes a la evaporación de toda la riqueza de España.
Los hasta hace poco gurús incuestionables del neoliberalismo se limitan por el momento a reconocer que la pretendida mano invisible que equilibra el mercado tiene menos consistencia que el brazo incorrupto de Santa Teresa. Lo intentan hacer con una naturalidad desenvuelta mientras desmontan los decorados y, como en El golpe, nos descubren que todo fue un timo. Solo que ninguno de ellos, con el rostro desencajado y la mirada perdida, presenta el pícaro encanto del recién desaparecido Paul Newman.
En cualquier caso, lo cierto es que sin el menor rubor quienes ayer aborrecían del Estado como un lastre para su terrorismo financiero, hoy descubren y defienden sus bondades y la calidez de su cobijo. Hasta tal punto llega el contrasentido que al paso que vamos esta crisis amenaza con crearle a Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI competidores tan peculiares como Henry Paulson y su varita mágica de socialismo de mercado con la que rescatar banqueros.
Porque en última instancia de lo que se trata no es de conservar la coherencia analítica, sino de salvar los muebles de un sistema basado en una codicia tan desembocada que amenaza con morir de éxito. Por eso el coro de los expertos insiste en los mismos estribillos sobre la moderación salarial y la rebaja del despido, o nos recuerdan que la pobreza es un asunto demasiado trivial como para que desvíe la atención de los grandes problemas de la economía. Y por eso mismo nos invitan a aplaudir el siniestro y circular vuelo de Warren Buffet o Emilio Botín antes de abalanzarse sobre el último despojo, a precio de saldo, de la carroña.
No es extraña pues la sospecha de que, en el fondo, el nuevo universo que está surgiendo de este Big Bang económico, nace ya demasiado viejo. Hasta puede que, al final, lo que ahora presenciamos ni siquiera sea ese fugaz primer instante, sino por el contrario un episodio más de la deriva que hace tiempo nos arrastra hasta el interior inevitable de nuestro definitivo agujero negro.
Como siempre será el dinero del ciudadano corriente que canalizado a través de los bancos centrales, el que resolverá los excesos de los especuladores multimillonarios,ellos se irán de rositas y pringamos los de siempre!
Primer comentario…. Luego vuelvo… Me lo has puesto díficil José Manuel!!!! 😉
Un besito!