El capitalismo ha convertido a Steve Jobs en un icono ideal para encarnar su actual fase superior de acumulación especulativa. El hombre de la manzana de oro volatilizó simbólicamente con su política de imagen el viejo semblante del patrón de chistera y puro, desterró la puritana ética protestante y permitió al sistema disparar sus beneficios combinando unas gotas de budismo y buenas dosis de neoliberalismo. El capitalismo logró, de este modo, adentrarse por los caminos de neón de la New Age, después de transmutar al empresario en emprendedor. El antiguo sueño americano del made-man self recuperó su perdido explendor, para asegurarnos que el paraíso en la tierra estaba al alcance de quien tuviera fe en su fuerza interior o -para los menos imaginativas- que siguiera con rigor los fáciles consejos de un libro de autoayuda.
Estos días, Mark Millan acaba de sacar al cibermercado el libro (digital, por su puesto) Letter to Steve: Inside the E-mail Inbox of Apple’s Steve Jobs. En él, el periodista de la CNN reúne algunos de los correos electrónicos enviados por el visionario idealista a lo largo de su vida. Se trata de una colección de textos que, según los reproducidos por la prensa española, apenas permite poco más que comprobar la obstinada intransigencia del personaje frente a los clientes que le molestaban con alguna reclamación. Con todo, Jobs se confirma en este tipo de trabajos como ese héroe solitario capaz de articular con sus e-mails un pensamiento filosófico con sentencias tan profundas y originales como “La vida es frágil”. Y eso a pesar de que si algo le caracterizó fue su habilidad para huir de la soledad en los negocios, su afán por rodearse de buenos amigos y mejores aliados.
Ahí está, entre otros, su acercamiento al presidente de Pepsi Cola, John Scuelly, dentro su estrategia por convertir a Macintosh en un artículo de consumo tan masivo como el negro y burbujeante refresco. O su matrimonio con Disney, amañado por su amigo George Lucas tras su divorcio con el anterior, un idilio de intereses que le permitió disparar los beneficios de la compañía Pixar. Sin duda, Scuelly y Lucas recibieron muchos correos privados de Jobs durante esos años, mensajes que, sin embargo, Millan no recoge en su libro. Se trata de una exclusión nada extraña, que responde a esa discreción con que los emprendedores afrontan sus contactos para abordar grandes proyectos.
En cualquier caso, la reserva en las relaciones no ha sido la única razón que ha impedido a Millan tener acceso a todos los correos de Jobs. Otros mensajes electrónicos jamás podrán ser incluidos en alguna selección por la sencilla razón de que nunca se escribieron. Sus destinatarios no merecieron ninguna de las sabias líneas del visionario ya que, al fin y al cabo, no eran amigos, ni aliados. Ni siquiera clientes. Además, el esfuerzo de escribirles hubiera sido vano pues la mayoría de los potenciales receptores ni siquiera entiende inglés. Y sin embargo, sin ellos, Steve Jobs nunca habría llegado a ser Steve Jobs: son, por ejemplo, los miles de empleados de la firma Jingyuan Computer que fabrican para Appel componentes electrónicos en la provincia china de Shenzhen.
Hace unas semanas estos operarios anónimos fueron a la huelga. Protestaban por la ampliación continua de horas suplementarias, una práctica que, según China Labour Watch, ha provocado un incremento constante en el número de accidentes, además de estar acompañada de despidos para todos aquellos que rehusaban aceptarla. Hasta doscientas horas extraordinarias estaban siendo obligados a realizar al mes. Demasiadas horas para encontrar después un poco de tiempo libre para leer ese libro de autoayuda que te transforma en un emprendedor. Demasiado trabajo, en fin, para lograr convertir a un visionario profético y solitario, en un triunfador.
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