La santa, las leyes y Bin Laden

 

 

 

El miedo acompaña al hombre. Así lo decidió Jehová el día que marcó a la primera pareja con el estigma del pecado original. Y así se ha sufrido generación tras generación, hasta alcanzar en nuestros días cotas de temor, incertidumbre y zozobra nunca intuidas. Porque el miedo de hoy ya no se alimenta de la atroz monstruosidad del infierno encarnado en la condena eterna, en Matthausen  o en Hiroshima, sino que se reproduce a partir de la cotidianidad más patética, mediocre y mundana.

 Un estudio presentado hace unas semanas en Roma destacaba cómo este sentimiento de temerosa vulnerabilidad impregna a las sociedades modernas y avanzadas: el 90% de los ciudadanos reconoce sufrir al menos una pequeña ansiedad cotidiana; el 42% no oculta que el sentimiento que le atenaza es de auténtica angustia. Una desazón difícil de soportar que nos asalta día a día desde las sombras de la precariedad, el vértigo provocado por el cambio tecnológico y social continuo, la deriva impuesta por el capitalismo postsoviético y ahora el fantasma de la gran depresión.

Tal vez esto explique la renovada fe de la que se vanagloria estos días la derecha. Ahí están si no esos diputados del PP que en su beatería compartida con José Bono, prefieren confiar en la intercesión divina para superar la crisis y abogan por llenar el Congreso de estampitas de Sor Maravillas. Y es que frente al miedo lo mejor es encomendarse al cielo con la esperanza de que la santa sirva al menos de consuelo y ejemplo a los miles de trabajadores que pierden sus empleos.

Por el contrario, los socialdemócratas españoles echan mano de su pasado materialista a la hora de afrontar los miedos. Frente a los ruegos a dios, prefieren poner el acento en los golpes de mazo. Eso sí, evitando el marxismo y sustituyendo el análisis social por la selección de las noticias más escabrosas de la semana, capaces de justificar el Código Penal más duro desde el franquismo. El resultado serán décadas de libertad vigilada como cadena perpetua encubierta, o la introducción de nuevos delitos como el de piratería para tranquilizar sin duda a los cientos de surfistas que cada verano llegan a nuestras playas.

Miedo, en fin, impregnándolo todo, para condena de los hombres y bendición para los asesores políticos. Bien lo saben líderes sin escrúpulos  como George Bush con sus guerras y su Guantánamo. Menos mal que con Barak Obama todo ello será pronto historia. Al fin y al cabo, el próximo inquilino de la Casa Blanca ha dicho bien claro cuáles son sus prioridades: “Mataremos a Bin Laden”.