El joven Kato Tomohiro se despertó el 8 de junio de 2008 con una insoportable sensación de cansancio del mundo. Ese día subió a su furgoneta y se dirigió hasta el bullicioso barrio de Akihabara, en pleno distrito de Chiyoda. Una vez en la avenida Chou-Dori se aferró al volante y aceleró contra los transeúntes. Después abandonó el vehículo y perseguió cuchillo en mano a todos aquellos seres anónimos que le contemplaban con espanto. En plena ceguera de sangre, Kato Tomohiro se lamentó de una soledad que le hacía sentirse más desdichado que la basura, pues él, según le oyeron llorar, ni siquiera tenía el consuelo del reciclaje. El balance final de su melancólica ira fue de siete muertos y once heridos.
Hoy posiblemente la historia de Kato Tomohiro no sea en Akihabara más que otro argumento de videojuego, de esos que cada día se venden a miles en sus innumerables tiendas de productos electrónicos que han hecho célebre a este barrio de Tokio. Y, sin embargo, la misma angustiosa soledad que condujo al joven hasta la masacre ha vuelto a poner de actualidad el lugar. Sólo que en esta ocasión el motivo no es el relato trágico de sus consecuencia, sino la presencia de una tabla de salvación con la que consolar nuestro ahogo.
Ese oasis contra el desasosiego es el Café Ja La La. Allí, recostada en algún taburete nos aguarda Lola, perezosamente dispuesta a consolar nuestro aislamiento ofreciéndonos, por el módico precio de diez dólares la hora, su suave piel para la caricia. Lola, claro, o cualquiera de los otros doce felinos que como esta hermosa gata persa nos esperan adormecidos sobre almohadones. Gatos o lo que cada cual busque. Porque la aislada tristeza de cada cliente encontrará en este local la cálida compañía que mejor le reconforte: conejos, hurones o incluso escarabajos para los bolsillos más modestos.
El solitario podrá entonces saborear su café o apurar su té con la calidez de esta compañía acurrucada en su regazo. Luego estirará los minutos finales de su tiempo jugando con su hocico, recorriendo su lomo con la punta de los dedos, para por fin regresar a la inmisericorde calle con la gratitud fugaz de aquel que ha logrado intuir un sorbo de placidez. Y así, anónimamente, volverá a ser engullido por las impersonales bocacalles.
El vetusto mercado del sexo cede de este modo la hegemonía a la ternura de alquiler en este competitivo capitalismo de las emociones. Solidaridad afectiva adquirida por horas que no se reduce a las más de 150 empresas que en Tokio se dedican al arrendamiento de animales. La firma Hagemashi Tai, por ejemplo, incluso amplía su gama de reconfortantes consuelos para incluir en su catálogo una selección de esposos, padres, hijos temporales a los que contar una alegría, llorar una pena o con los que ir a un funeral. Cualquier cosa, al fin y al cabo, será mejor que dejarse llevar por la desesperación de Kato Tomohiro.
Por eso, tal vez, el mundo ha recibido con tanta fascinación y alivio la llegada de Barak Obama a la Casa Blanca. Y, por eso, este renovado Mesías especialista en marketing, acepta gustoso su conversión en la mascota de la humanidad, en el peluche salvador al que abrazarse cuando huimos de las pesadillas siniestras que acechan nuestra soledad. Él nos dará cobijo a todos, pues su buena nueva a todos alcanza. En cualquier caso, por fortuna, cuando en las noches más oscuras los peluches ya no puedan proteger nuestra desazón, siempre nos quedará el Café Ja La La como último refugio. Allí, en algún rincón escondido, nos estarán esperando unos tragos de sake. Y la dulce piel de Lola.
Me he sentido muy triste cuando he leido tu articulo,creo que la soledad es uno de los grandes problemas de la vida,se puede estar con miles de personas y sentirse tremendamente solo.Tengo amigo,que en su cenit cultural se siente terriblemente solo y no podemos ayudarle,a mí,me genera mucha tristeza esta situacion,¿quien no se ha sentido solo alguna vez rodeado de gente?.Los seres humanos nos generamos dioses y mitos para no sentirnos solos y desamparados,de eso se aprobechan otros.
Estimado Javier:
Lamento haberte entristecido con este texto. En cualquier caso, creo que el problema de la soledad, que indudablemente siempre a acompañado a la humanidad, es cuando se ve acrecentanta por una sociedad desestructurada que rompe todo lazo de solidaridad dejando al individo a la intemperie. Confío en que el próximo escrito sea más alegre.
Un abrazo
Yo tambien confio en que tu próxima Entrada no sea tan triste… Leerlo me ha metido el corazón en un puño…
Todo y que a veces un gato nos brinda más cariño que algunos seres humanos y lo hacen desinteresadamente..
Esos gatos Japoneses no sé si lo hacen… son demasiadas personas… Un gato normalmente elige a una persona,una sola y le da su afecto definitivamente…
tenemos que aprender mucho, mucho de los animales… Muchas cosas, ellos no lo harían…
Un abrazo, Jose Manuel.
Hola Selma,
De nuevo lamento la «tristeza» de la entrada. En cuanto al resto de tu comentario debo reconocer que carezco de experiencia directa con animales, nunca he tenido ni perros ni gatos e ignoro su compartamiento emocional. Sí he de reconer que siempre me han parecido más interesantes los gatos por su tendencia a la independencia. Imagino, pues, que gran parte de su «lealtad» estará ligada a lo que consigan a cambio. Bueno, en el caso de Lola, quiero pensar que tiene clara su autonomía y que cuando se canse del café se escapará por los tejados de Tokio.
Un abrazo
Se lo que siente Kato, pero iwal no hay q rendirse y ps me dio cosa al ver q se veia q era un muchacho tranquillo pero bueno…por q a personas asi q buscan hacer felices a otras, nos rechazan??? es q todo se basa en apariencias….pero en fin, ni loco eso de masacrar a nadie, pero yo realmente me siento muy solo…y eso me jode la vida