Los vendedores de sueños siempre tuvieron en la conquista del color uno de sus principales anhelos. Por ello, la bella historia de amor protagonizada por Flor de Loto –interpretada por la hermosa Anna May Wong– y el marinero norteamericano náufrago en The toll of the sea (1922) encarna una de sus victorias más cruciales. El filme, dirigido por Chester M. Franklin, supuso el triunfo del sistema Technicolor ideado por Herbert Kalmus. Atrás quedaban rudimentarios modos de coloreado de películas que obligaban a emplear a cientos de muchachas dispuestas a tintar con diminutos pinceles los miles de fotogramas, o básicos procedimientos químicos de pobres resultados. Pero, sobre todo, el Technicolor cerraba el paso a las mejoras técnicas con las que Europa avanzaba hacia el cine en color y despejaba el camino para que la industria norteamericana prosiguiera su incontenible expansión acaparadora de mercados.
Desgraciadamente los avances cinematográficos no siempre son exportables a otros sectores. Por eso hoy, unos 87 años después del estreno de aquella histórica película, la búsqueda del color sigue siendo asignatura pendiente para asegurar el crecimiento o al menos la continuidad del sistema, en esferas tan cruciales como la política o la economía. Aquí, sin duda, la operación más espectacular ha sido el nombramiento de un afroamericano -de color no muy definido, eso sí- como nuevo inquilino de la Casa Blanca. Una receta, Barack Obama, de tal éxito mediático que sus contrincantes políticos no han dudado en adoptar, situando al frente del Comité Nacional del Partido Republicano al ex vicegobernador de Maryland, Michel Steele.
Sin embargo, el descrédito del ámbito político, debilitado tras décadas de envites neoliberales y corruptelas, presenta demasiadas limitaciones como para recuperar con un simple cambio cromático en las altas esferas la moral por los suelos de la ciudadanía. Por eso, el reto se encuentra en trasladar esta revolución de las pigmentaciones hasta las entrañas más profundas del sistema. Y eso es, precisamente, lo que se ha buscado en la cumbre de Davos, por mucho que los medios destaquen sus limitadas aportaciones a la solución de la crisis. Porque, por encima de todo, esta edición del Foro Económico Mundial ha destacado por su búsqueda del color, peculiaridad hasta ahora reservada a su gran oponente, el Foro Social Mundial que este año ha celebrado sus debates a las puertas mismas de la Amazonia, en la ciudad brasileña de Belém.
El capitalismo busca nuevas tonalidades con las que renovar su vestuario y evitar la debacle que algunos le vaticinan. Unos nuevos cromatismos que, como en el filme de Frankiln, vuelven a centrar la clave de la historia en el juego de miradas y seducciones entre Oriente y Occidente. Davos intenta demostrar que si no otro mundo, al menos otro escenario sí es posible, al tiempo que acomoda sus posiciones a favor de un viento que fija la dirección de forma clara. Por eso este año no aparecieron por la cita suiza ni Angelina Jolie, ni el activista de papel cuché Bono. Tampoco nadie les echo en falta. Su ausencia fue cubierta por el actor chino Jet Li, el indio Amitabh Bachchan o el rey de las coreografías de Bollywood, Shiamak Davar.
Nuevos colores en Davos mientras que la clase obrera regresa más gris que nunca del paraíso. O al menos así se empeñan en presentar su renovada presencia los formadores de opinión. Los trazos más negros de los periódicos del siglo XIX se cuelan así de nuevo impúdicamente en los titulares de los mass media del siglo XXI. Y para la versión oficial la Mano Negra anarquista vuelve a dejar su huella tras el terremoto social en Grecia, o cavernícolas xenófobos se esconden entre los huelguistas que cada día muestran su desasosiego por las frías tierras de Lincolnshire. No en vano, la movilización popular siempre es peligrosa. Sobre todo después de que las protestas en la venerable Europa ya se hayan llevado por delante al gobierno de Islandia.
Urge, en fin, buscar tonalidades renovadas, nuevos y más vivos colores que los aportados en Davos por el primer ministro chino Wen Jiabao. Por eso más de uno no ha dejado de alabar estos días el pragmatismo de Oded Grajew en Belém con su defensa del capitalismo social. Un buen juicio y sentido común con el que avanza a los ojos de la buena sociedad como sustituto razonable de Milton Friedman en estos nuevos tiempos. Eso es mejor que nada. Capitalismo en technicolor que devuelva el esplendor al desgastado color del dinero.
Como siempre brillante, camarada. Pero yo no sería tan optimista (y eso que tú, más que optimista, pareces irónico) con el planteamiento de Odded Grajew, a mí lo de la responsabilidad social me huele a reinvención del capitalismo neoliberal con tintes de caridad decimonónica. El sector democristiano del neoliberalismo lleva tiempo incorporando ese discurso como tapadera o maquillaje a las tragaderas de capitalismo salvaje. Todo lo que no incluya la palabra «regulación» del capitalismo tiene visos de ser meras pinceladas superficiales (¿responsabilidad de quién?). Y lo de la nacionalización de los bancos ya no es la medida del nivel de «estatalismo» de las propuestas. El tema está tan crudo (¿cómo deben haber dejado los especuladores a los bancos?) que sectores muy conservadores ya plantean esa medida como la única posible, con el objetivo, claro está, de quitarse el muerto de encima y que se coma el marrón el Estado. Difícil reconversión y complicada época para el que no ha estudiado economía … y pensaba que las letras salvarían el planeta.
Hola Gonzalo, captas acertadamente la ironia sobre Grajew. Es interesantísimo comprobar, por ejemplo, como el nuevo equipo de Obama quiere introducir criterios de «comercio justo» a la revisión del Alca. Bueno, no sé si las letras salvarán el planeta. Pero bueno, en el peor de los casos nos ofrecen una magnífica república donde exiliarnos. Un abrazo y gracias por dejar un momento tu jardín para pasearte por el paraiso.
He leído con muchísima atención tu Entrada y vuestros comentarios… Y aprendo, cada día lo hago… Gracias por estos Posts José Manuel.
Un abrazo.
Hola, Selma, un placer comprobar tu visita, tan enriquecedora y estimada siempre.
Un abrazo
Bukowsky bromeaba en uno de sus primeros libros sobre la coincidencia en el tiempo de la aparición de la tele en color y el LSD.
Ja nos vemos.
Ricardo.
Según parece los haces de luz que proyecta la televisión tiene una cierta capacidad hipnótica que explica lo dificil que resulta no dirigir la mirada al aparato cuando hay uno encendido y, supongo, también esa placidez con que suele adormecernos. Posiblemente es otro efecto que se busca con este experimento del color capitalista, igual que la CIA fue clave en las invesigaciones que llevaron a descubrir el LSD como fórmula de adormecimiento en los convulsos años 60 del siglo pasado. Un saludo, Ricardo, y a ver si es cierto que nos vemos.
No se de que color se puede pintar esta realidad que estamos padeciendo.Obreros ingleses en huelga ,para que no se contraten obreros de otros paises.Grandes dirigentes politicos diciendo que los ciudadanos deberian consumir solo productos del pais.Los partidos politicos de derechas abogando por que haya menos gasto social.Partidos de izquierda totalmente anodadados por que no saben cual puede ser el alcance real y global de esta crisis.¿Como se pueden pintar estos tiempos de insolidaridad?A lo mejor,de verde esperanza.
Un abrazo,Jose Manuel
Hola, Javier. Rosa Luxemburgo nos recordó hace tiempo aquello de socialismo o barbarie. Ahora, la barbarie y el sinsentido está tan extendido que uno ya no sabe que esperar. Ojala tengas razón para vestir de esperanza lo que se avecina. MIentras tanto, seguieremos recordando aquella máxima de sin esperanzas pero con convencimiento… bueno, un poco de esperanza no será mal recibida. Un abrazo