
En 1989 todo cambió. La caída del muro de Berlín simbolizó el fin de la Guerra Fría y un viento de libertad recorría el mundo, de Europa del Este al centro de Beijing donde un solitario ciudadano era capaz de frenar los tanques en la plaza de Tiananmen. Y ese mismo año también, el inglés Tim Berners-Lee y el belga Robert Cailliau desarrollaban un sistema que iba a revolucionar nuestras vidas, la World Wide Web. Internet, la gran red de redes, superaba los elitistas círculos por los que se movía y, en plena época de revueltas, llamaba a nuestras puertas. Aunque la relación entre internet y la revolución social parecía complicada, si no imposible. El derrumbe de la Unión Soviética confirmaba el eslogan con que Margaret Thatcher refrendaba el triunfo del capitalismo: There Is Not Alternative. Nadie pues esperaba la revolución porque, sencillamente, como aseguraba Francis Fukuyama, la historia había terminado.
Pero las revoluciones regresaron; la historia no había acabado. En 2011 las Primaveras Árabes fueron la primera revolución que no solo descubrimos por internet sino que además parecía encontrar en la red su detonante. Y su onda expansiva se extendió por todo el planeta: del mundo árabe a la España del 15M; Occupy Wall Street incluso la llevó hasta el corazón mismo del capitalismo financiero. Pero aquel tsunami que, gracias a internet, recorría un mundo que se tambaleaba por la crisis económica, no surgió de la nada. Dafne Calvo, experta en comunicación digital e investigadora de la Universitat de València, subraya que “la relación de internet y los movimientos sociales se puede rastrear desde los orígenes mismos de internet; primero ligada al software libre y la apropiación tecnológica, y luego cooperando desde ahí con los movimientos sociales”.
Activismo tecnológico y lucha social confluyeron el 1 de enero de 1994. Ese día, coincidiendo con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre EEUU y México, un puñado de guerrilleros se levantaba en armas en el pequeño estado de Chiapas. Al frente iba un encapuchado fumador en pipa que se convertirá en icono revolucionario: el Subcomandante Marcos. Aquella intrépida acción fue una llamada de atención sobre la situación de los pueblos indígenas, los estragos de la globalización y una reivindicación de una democracia plena. Internet sería su caja de resonancia. Primero a través de listas de correo, luego con foros como Chiapas 95 o la web Ya Basta!, primera página oficiosa del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional creada por un joven universitario desde Texas. El zapatismo rompía así barreras, creaba redes de solidaridad internacional y dificultaba la represión del estado. Internet se vestía el pasamontañas. En diciembre de 1997, la masacre de 45 indígenas en Acteal tenía respuesta en la red con el boicot a los servidores del Pentágono, la web de la presidencia de México y la bolsa de Francfort. Había nacido el hacktivismo.
La experiencia tecnológica del zapatismo fue recogida por el movimiento antiglobalización. También en España donde, en 1994, se creaba Nodo50, un proveedor de servicios de internet y contrainformación surgido en torno a la movilización contra la reunión en Madrid del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Pero el momento clave se vivirá un lustro más tarde con la batalla de Seattle. Aquella gran protesta contra la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en aquella ciudad norteamericana a finales de 1999, fue promovida por Direct Action Network y Reclaim the Streets que, tras crear la plataforma N30 y la web StoptheWTO, lanzaron a través de internet una convocatoria internacional. Estudiantes, activistas de izquierdas, ecologistas, feministas y sindicatos de más de 140 países se sumarían al llamamiento. Más de 50.000 personas de todo el mundo acudirían a Seattle. La movilización, organizada de forma descentralizada y sin lideres visibles para evitar la represión, fue un éxito: en medio de graves disturbios, la OMC no pudo en la práctica celebrar su cumbre. Para superar el bloqueo informativo, periodistas, activistas y hackers promovieron el Independent Media Center, Indymedia, un referente básico para el periodismo digital independiente.
Esta fructífera relación entre los movimientos sociales e internet cambiará hacia 2008. Si hasta entonces existía un elevado nivel de autogestión tecnológica, como la plataforma N1 del 15M, ahora esa autonomía se verá alterada por la aparición de las grandes redes sociales como Facebook o Twitter. El movimiento pierde el control de esas herramientas frente a las grandes corporaciones, pero a cambio es capaz de llegar a millones de personas. Este poder ya se pudo ver en España antes de que las redes sociales tuvieran el actual nivel de penetración. El 13 de mayo de 2004 una multitud de SMS con la consigna de “¡pásalo!” destapaba la manipulación informativa del gobierno de José María Aznar sobre los atentados de Al Qaeda en Madrid, promovía una espontánea movilización y daba un vuelco al panorama político español. La misma capacidad movilizadora se repetirá desde entonces con fenómenos tan dispares como la Revolución de las Cacerolas en Islandia, las protestas en Irán, las Primaveras Árabes, el 15M o las recientes manifestaciones en Hong Kong.
Movimientos emancipatorios y redes sociales parecían estar en simbiosis y para muchos las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) eran sinónimo de avance social. Pero esa visión se verá muy pronto cuestionada. En este sentido, Dafne Calvo recuerda por ejemplo cómo los mismos móviles que ayudaban a promocionar las revueltas árabes también prevenían a los cuerpos represivos que monotorizaban sus ubicaciones para saber dónde se estaba gestando una manifestación. O cómo la policía egipcia se ha infiltrado en redes como Tinder para vigilar y perseguir a homosexuales. Pero sobre todo es la propia lógica de las redes sociales y los intereses económicos que hay detrás, lo que determina en gran medida a estas herramientas: el logaritmo al servicio del capital. Ello explica que la esperanza tecnológica que envolvió a las Primaveras Árabes, se haya transformado, diez años después, en decepción. Hoy, Facebook o Twitter parecen haber dejado de ser un impulso de libertad para convertirse en cobijo de bulos, fake news, discursos de odio y altavoz de la ultraderecha. Fenómenos como QAnon, la proliferación de teorías conspiranoicas o el asalto al Capitolio confirmarían este pesimismo.
No en vano, el periodista e historiador Carles Senso, autor del libro Fascismo Mainstream, considera que “las redes sociales son un chollo para la extrema derecha y la extrema derecha es un chollo para las redes sociales”. A su juicio, “las grandes corporaciones solo están interesadas en el dinero y tuvieron claro desde el principio que el odio moviliza mucho más que el amor. Aceptaron sin crítica los mensajes de odio en Facebook o YouTube porque la interacción que creaban, entre sus partidarios y entre aquellos que los confrontaban, se convertía en una amalgama de mensajes y, por tanto, de interacciones y dinero”. Un fenómeno que, además, se ve favorecido por la intervención de bots que generan tendencias artificiales que luego los medios amplifican. “Mensajes que durante muchos años han sido clandestinos, se convierten ahora en mainstream. Eso no habría sido posible sin el mundo artificial de bots creado en las redes”, afirma.
Junto a la proliferación de los discursos de odio, Dafne Calvo destaca además las revelaciones conocidas estos últimos años que han cuestionado “aquel fetichismo tecnológico que solo veía bondades en internet”. Hoy, gracias a Edward Snowden, casos como Cambridge Analytica o las recientes filtraciones sobre Facebook, sabemos mejor cómo funciona internet. Por eso, la investigadora aconseja “no mitificar las redes como se hizo durante el 15M o las Primaveras Árabes”. En su opinión, “existe una tensión entre el movimiento cívico que aspira a ganar democracia y los intereses corporativos empresariales, pero los movimientos sociales siempre han sido conscientes de ello”. A su juicio, “internet aporta a los movimientos lo mismo que la imprenta, la radio o la televisión: les permiten situarse, elaborar su discurso y difundirlo”. Pero por sí mismas las TIC no traerán la revolución. Calvo pone un ejemplo: el #BlackLivesMatter. “El movimiento que se genera tras asesinatos como el de George Floyd no hubiera sido posible sin las redes, pero tampoco sin un movimiento antirracista consolidado desde hacía años, que supo aprovecharlas para expandir la movilización”.
Sin embargo, para Calvo la mala imagen que hoy rodea a las redes no las invalida como herramientas si se es consciente de sus limitaciones. “Lo hemos visto en la pandemia: han proliferado mensajes antivacunas que esconden intereses por desacreditar la sanidad pública, pero también han permitido generar redes de apoyo y ayuda entre ciudadanos”, señala. Por eso, frente al pesimismo actual ante unas redes escoradas a la ultraderecha, Calvo defiende la necesidad de mantener una perspectiva histórica. “Son ciclos históricos, los movimientos sociales adquieren visibilidad, luego desaparecen y después vuelven a aparecer. Lo vimos en Seattle, luego en Islandia, en el 15M, en las Primaveras Árabes. Y lo volveremos a ver”, afirma. Al fin y al cabo, como nos advertía Marx, el viejo topo de la revolución nunca detiene su soterrado trabajo. Ni bajo tierra, ni en el ciberespacio.
Publicado en TintaLibre, noviembre 2021
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